Cuatro Necesidades del Creyente: (3) Partir el pan

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Por Al Baker (Ministro ordenado de la Iglesia Presbiteriana en America)
Traducido con permiso por Alexander León

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”  – Hechos 2.42

Yo, estoy muy agradecido porque muchas de nuestras Iglesias Presbiterianas y Reformadas observan la Cena del Señor cada domingo. Después de todo, creemos que la Cena del Señor es más que un memorial o un espacio para recordar. Creemos que, al igual que la palabra de Dios y la adoración pública, es un medio de gracia. Es decir, los sacramentos de la Cena del Señor y el Bautismo y las ordenanzas de la predicación y la adoración, son usados por Dios para hacer que Su pueblo crezca en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Sin embargo, me parece que nuestra observancia de la Cena del Señor no siempre promueve una vida de santidad personal. Podemos fácilmente declinar al punto de creer que se trata solo de un ritual, del mismo modo que la adoración pública y la predicación pueden a veces quedarse cortos en promover la santidad en la congregación. ¿Por qué razón sea dan estos casos con frecuencia?

Una mirada al sermón de Pedro en el día de Pentecostés puede de seguro instruirnos al respecto. El punto principal de Pedro, o podríamos decir, su tema, es: “Este es el día de la venida del Espíritu Santo”. Todo predicador, cada vez que predica, debe encontrar por medio de un estudio diligente cuál es el tema principal al cual el Espíritu Santo parece apuntar en el texto. El predicador hace esto al organizar y exponer el texto. En el caso del sermón de Pentecostés, este sería el bosquejo:

  1. Es el día de eventos extraordinarios en la tierra, Hechos 2.14-21
  2. Es el día de la pasión del Señor, Hechos 2.22-36
  3. Es el día de salvación, Hechos 2.37-40

Partiendo de esto, Pedro proclama la punta de lanza que cada sermón debe aplicar:

Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” (Hechos 2.36). ¿Qué van a hacer ellos con este mensaje?

Y Hebreos nos dice que

la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4.12)

Esto, mis amigos, es lo que falta en mucha de la predicación de nuestros días. Rara vez hay una punta de lanza, o un golpe, o una llamado al arrepentimiento. Pocas veces escuchamos sobre la acción específica que Dios nos manda a tomar, extraído del texto mismo. No es de extrañarse entonces que veamos poca transformación en las iglesias.

Pero, ¿qué tiene que ver esto con la Cena del Señor? Jesús dejó claro que a menos que comiéramos su carne y bebiéramos su sangre, no tendríamos parte con Él. (Juan 6.3). Hay tanto una dimensión definitiva como una progresiva en la salvación de un creyente. Por otro lado, está el momento en que es regenerado por el Espíritu Santo (Romanos 6.6), nacido de nuevo para una esperanza viva (I Pedro 1.3), luego es también justificado, al recibir la justicia imputada de Cristo (II Corintios 5.21, Romanos 5.1). Y también recibe al Espíritu Santo en gracias santificadora (Hebreos 10.10, I Corintios 1.30) Esta es la naturaleza definitiva de nuestra salvación.

Sin embargo, hay una dimensión progresiva en nuestra salvación. Debemos crecer diariamente en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo. Nosotros, sin embargo, batallamos con el pecado todos los días de nuestra vida, y por lo tanto nos quedamos cortos en cuanto a todo lo que Dios pide de nosotros. La predicación de la Palabra de Dios debe entonces redargüirnos (convencernos o persuadirnos de la verdad  en el sermón), reprendernos (mostrarnos lo que no está bien), y exhortarnos (impulsarnos a acciones específicas, basadas en el sermón recibido). Ver II Timoteo 4.1-5.

Entonces, ¿Qué hizo usted el día que Dios le mostró su pecado en su estado de inconverso? Usted se arrepintió y corrió a Jesús con un nuevo corazón en la regeneración, para la limpieza de sus pecados y el don del Espíritu Santo, el cual le dio el poder para vivir en santidad. Eso fue una acción definitiva.

Pero usted peca diariamente, y la predicación de la palabra de Dios trae la punta afilada del cuchillo de la convicción a su corazón, mente, emociones y voluntad. Y entonces, ¿Qué debe hacer cuando el Espíritu le revela pecado en la mañana de domingo? Debe ir a Cristo en la Cena del Señor, pidiéndole no solo que lo limpie sino que lo alimente con su cuerpo y con su sangre, para que usted pueda tener su santidad para una santificación mayor.

La mañana de Domingo usted debe ir a Jesús en la Cena del Señor para limpieza y poder. Pero la mañana de lunes y los días subsiguientes usted no puede ir a Cristo en la Cena, así que debe ir en sus tiempos personales de oración y lectura de la palabra de Dios.

De modo que, el problema de muchas de las predicaciones de hoy es que no lo llevan a ningún lado. Sí, algunos pastores son muy buenos al explicar un texto y proveer de muchísima información de valor. Este, sin embargo, no es el fin de la predicación. La predicación debe redargüir, reprender y exhortar. La predicación es esa punta afilada de la lanza. La predicación debe morder, convencer, y hacer que el incrédulo se sienta incómodo y también que los creyentes se sientan incómodos a veces.

La labor del Espíritu Santo es convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16.8-11). Un predicador que esté lleno del Espíritu, y que esgrime la espada del Espíritu, predicará al corazón, que es el centro de control de todo hombre. Su predicación debe causar que la gente en las bancas exclamen: “¿Ahora, qué haremos con lo que hemos oído?”

Como vimos en la entrega anterior, el creyente debería unirse en grupos pequeños y orar con otros con respecto a lo que han escuchado hasta que lo asimilen. Pero también debe ir a Cristo en la Cena del Señor para comer su carne y beber su sangre por la fe. Solamente ahí está el alimento y la bebida celestiales que promueven la santidad en el pueblo de Dios.

Por lo tanto, ore por su pastor para que predique con esa punta afilada de lanza del Espíritu Santo, y cuando por causa del sermón vea sus pecados, sea sentado o al caminar para participar del cuerpo y la sangre de Jesús, diga de manera consciente a Dios, “He pecado contra ti. Ahora veo lo que he hecho y lo que debo hacer. No puedo hacer esto en mis fuerzas. Por lo tanto vengo a ti, Señor Jesús. Aliméntame y sacia mi sed. Quiero obedecerte y honrarte esta semana que empieza”.

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