Cuatro Necesidades: (1) El ministerio de la Palabra

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Por Al Baker (Ministro ordenado de la Iglesia Presbiteriana en América)

Traducido con permiso por Alexander León.

[Nota del traductor: Difiero del autor en la interpretación de la frase “bautismo en el Espíritu Santo y fuego”, (pienso que se refiere a la salvación y al juicio), pero recomiendo esta serie de 4 artículos que estaré publicando: (1)  El ministerio de la Palabra, (2) Comunión alrededor de la Palabra, (3) Partiendo el Pan y (4) Orando la Palabra Predicada]

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (Hechos 2.42)

En cumplimiento de la profecía de Joel (Joel 2.28-32), en cumplimiento de la promesa de Cristo (Lucas 24.46-49, Hechos 1.8), y después de diez días de oración ferviente, el Espíritu Santo fue derramado sobre ciento veinte que estaban reunidos en el Aposento Alto en Jerusalén. Pedro, aquel que solo cincuenta días antes había sido intimidado por una moza para negar a Cristo tres veces, ahora, habiendo recibido el Espíritu Santo, predica con el poder del Espíritu Santo. Pedro se dirige a la mente (Hechos 2.14-35), declarando antes sus oyentes el cumplimiento de la profecía de Joel, su culpabilidad en la crucifixión de Cristo, y el cumplimiento de la profecía de David con respecto a la resurrección de Cristo. Luego Pedro dirige su arma hacia sus cuellos para llegar a sus corazones con el punto principal de su sermón

Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2.36)

Y ¿cuál fue la respuesta de los que escucharon a Pedro? Ahora que habían escuchado esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y al resto de los apóstoles: “Varones hermanos, ¿qué haremos?

Se ha preguntado usted alguna vez ¿Por qué tanto de lo que se predica hoy hace tan poco efecto para transformar a los cristianos y convertir a los perdidos?  Sobre todo, es muy posible que muchos de los que escuchan al predicador no han nacido de nuevo, no  poseen la nueva vida en Cristo (Colosenses 3.1-3). El cristiano tiene la mente de Cristo (I Corintios 2.16), el corazón de Jesús en la regeneración (Juan 3.5-8; Romanos 6.4), la justicia de Jesús en la justificación (Romanos 5.1; I Corintios 1.30), y la santidad de Jesús en la santificación (I Corintios 1.30; Hebreos 12.14).

Así, un verdadero creyente tendrá hambre de escuchar la palabra de Dios y aplicarla a su vida. Sin embargo todos batallamos con el pecado interno y con las tentaciones que vienen del mundo, la carne y el demonio. Todos tenemos la tendencia a apartarnos de la sincera pureza y devoción a Cristo.

De manera que necesitamos la Palabra de Dios diariamente. Sin embargo el énfasis que hoy predomina está en otra parte. Vivimos en la era de la información y somos bombardeados constantemente por toda clase de información diversa, lo que podríamos llamar una “saturación de información”.

De manera personal, tendemos a pensar que mientras leamos una porción de las Escrituras cada mañana ya estamos listos para el día. O bien, como suelen pensar los que nos predican, pensamos que un sermón bien investigado, bien estructurado y una entrega coherente, repleta de ilustraciones y aplicaciones es lo que promueve una transformación espiritual y bíblica en la persona que se sienta en la banca.

Amigos míos, ¿No les parece que tenemos más información bíblica en estos tiempos de la que hemos tenido nunca antes? Lo único que se necesita es ir al Internet y encontraremos sermones de todos los grandes predicadores de todas las épocas. Sin embargo, generalmente estamos severamente afectados en lo que se refiere a la búsqueda de una santidad bíblica.

La palabra de Dios debe ser predicada con denuedo y proclamada sin equivocaciones o algo sofisticado, y la palabra debe ser recibida, meditada en el corazón y personalizada para la acción inmediata. Sí, por supuesto que el predicador debe dirigirse a la mente pero ese no es el objetivo final.

Si uno de nuestros nietos pasa la noche con nosotros, y la siguiente mañana yo noto que él no arregló su cama, yo puedo preguntarle ¿Sabes cómo arreglar tu cama? Tal vez nuestro nieto diga, “No, no he aprendido eso todavía”. Yo digo entonces, “Bueno, así es como debes hacerlo. Ahora practiquemos”. Así, el nieto tiene ahora el conocimiento y la habilidad para arreglar su cama cada vez que venga a pasar la noche con nosotros. Sin embargo, ¿Es ese conocimiento suficiente para moverlo a hacer su deber? Por supuesto que no. Él debe ser movido en su corazón para arreglar su cama. Debe desear hacerlo. Debo apelar a su corazón y convencerlo de la necesidad de hacer lo que ahora sabe y está capacitado para hacer.

Lo mismo es cierto con respecto a la predicación, enseñanza, discipulado, consejería o evangelización. Lo que sea que hagamos en la Palabra de Dios debe alcanzar el corazón.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, los predicadores solamente exponen el texto, algunas veces de manera brillante y coherente, pero la gente que recibe la palabra con frecuencia recibe la instrucción como entretenimiento, regresando a sus casas con más información almacenada en sus mentes pero continúan desprovistos de una justicia transformadora en sus vidas, de paz y de gozo en el Espíritu Santo.

Consideremos las predicaciones de los grandes hombres del pasado, hombres como George Whitefield, Jonathan Edwards, Samuel Davies, Charles Spurgeon y muchos otros. Sus predicaciones y sus vidas estuvieron marcadas por el fuego del Espíritu Santo. ¿Qué es eso? Juan el Bautista, el precursor del Señor Jesucristo, dijo que Uno vendría que los bautizaría en el Espíritu Santo y fuego. (Mateo 3.11). Isaías dijo que un ángel vino que tocó sus labios inmundos con un carbón encendido del altar (Isaías 6.6-7). Los hombres en el camino a Emaús, después de escuchar a Jesús cuando les abrió las Escrituras para mostrarles lo que de Él decían, dijeron que habían sentido que sus corazones ardían por dentro (Lucas 24.32). Malaquías dijo que la venida del Señor sería como fuego purificador (Malaquías 3.2-3). Aplicando las palabras del Salmista, el escritor a los Hebreos dice que Dios hace a sus ministros llama de fuego (Hebreos 1.7; Salmos 104.4). Pablo nos dice que seremos salvados como por fuego (I Corintios 3.15). Hebreos nos exhorta a adorar a Dios con reverencia porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12.29). Y Lucas dice que una de las manifestaciones del Espíritu Santo fueron lenguas que parecían de fuego (Hechos 2.3) Este fue el cumplimiento de las palabras de Juan (Lucas 3.16)

¿Qué significa esto? Fuego en la Biblia significa tres posibles cosas – pureza, poder y pasión. Isaías es purificado por el carbón del altar. El bautismo de Jesús en Espíritu Santo y fuego promete el poder de Dios. Y los ministros de Dios son llamas de fuego, llenos de pasión para llevar el evangelio a las naciones. Debemos rechazar la idea de que todos lo que necesitamos es información en los sermones, aunque esté basada en las Escrituras. Necesitamos tanto la Palabra como el Espíritu. Necesitamos tomar la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios (Efesios 6.17), pero también debemos orar con toda perseverancia y súplica en el Espíritu por todos los santos, para que la palabra sea dada a conocer con denuedo (Efesios 6.18-20)

¿Cómo llegamos ahí? Debemos tener el fuego del Espíritu Santo. Debemos tener la unción del Espíritu (I Juan 2.20). Hay una única manera, y es la oración ferviente y la súplica, derramando nuestros corazones ante Dios en arrepentimiento, pidiendo al Espíritu Santo (Lucas 11.13), buscando Su presencia y su poder hasta que lo obtengamos (Santiago 4.8). Si usted es un predicador, debe hacer esta su más alta prioridad en el ministerio. Si usted apoya a su predicador en oración, y es su deber hacerlo, entonces pida para que venga la unción y el fuego del Espíritu Santo, que venga en pureza de motivos, poder en la predicación, y pasión al desempeñar el ministerio. Yo sé que suena extraño y puede que no sea bien visto, pero deberíamos ir a la iglesia y ver a nuestro pastor arder con el fuego del Espíritu mientras proclama las inescrutables riquezas de Cristo. Esto no es un asunto casual. No es solo una sugerencia, esto es de vida o muerte (II Corintios 3-4).  Nuestras palabras son olor de vida para vida, o bien de muerte para muerte (II Corintios 2.15-16). El predicador debe predicar su punto principal y buscar un veredicto. ¿Qué van a hacer los asistentes con lo que han escuchado?

Samuel Chadwick decía que cuando la iglesia habla mucho de sus problemas y cuando aumentan las conferencias, entonces la iglesia está en problemas. La Iglesia busca actividades para tapar su falta de verdadero poder espiritual. “Actuamos como si el único remedio para nuestro declive fueran los métodos, organizaciones y compromisos”. Podemos hacer algo mejor y debemos hacer algo mejor. Debemos tener el fuego del Espíritu Santo.

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