Simplicidad en la Predicación

2
1279

t_Preachers006

Cuando la predicación es “demasiado”: Un ruego por la simplicidad profunda.

El Dr. David Murray es profesor de Antiguo Testamento y de Teología Práctica en el Seminario Teológico Puritano y es el Presidente de Head Heart Hand Media, una compañía de filmación cristiana. Recientemente publicó un excelente artículo en el cual nos advierte contra la tendencia de algunos predicadores, especialmente los de persuasión reformada de predicar sermones innecesariamente complicados. Tal predicación tiene el efecto (sin duda no mal intencionado) de fallar en la alimentación de las ovejas de una forma menos efectiva que un sermón más digerible. El Dr. Murray identifica varias características en un sermón super-complicado y ofrece algunos consejos sobre cómo un pastor tiene que luchar por evitar la complejidad en sus sermones. Con su permiso, se ha reproducido su artículo, en espera de que sea útil, como lo ha sido para mí.

 Un ruego por la simplicidad profunda.

Por David Murray.

Por muchos años hemos lamentado con justa causa la abundancia de sermones demasiado débiles. Y, por su puesto, ese problema aún persiste. Sin embargo, en muchos círculos, especialmente en algunas Iglesias Reformadas, podemos estar en peligro de complicar demasiado los sermones.
Por sobre-complicar los sermones quiero decir:

  • Demasiado material: demasiado contenido compactado en muy poco tiempo.
  • Demasiadas palabras:el hecho de que alguien hable 200 palabras por  minuto sin respirar, no significa que nosotros podamos escuchar y entender a esa velocidad.
  • Demasiadas palabras:¿Por qué usar palabras largas cuando hay otras que son adecuados substitutos? Y ¿por qué usar términos en latín y en griego?
  • Demasiadas oraciones: Los que leen, son capaces de seguir oraciones de cuatro líneas (y títulos de dos líneas), pero no los que escuchan.
  • Demasiados argumentos:Si te toma veinte minutos y veinte pasos lógicos para probar el punto que deseas defender, lo estarás defendiendo para ti mismo.
  • Simplemente demasiado largo:Tiene que haber un feliz promedio entre los sermones en carrera corta de 10 minutos y las maratones de más de una hora.
  • Demasiadas divisiones:Cuando vamos por el sexto sub-punto del cuarto tema, estamos perdidos.
  • Demasiada lógica, no hay suficientes ilustraciones:Hay que leer los Evangelios y preguntarse a uno mismo si estamos siendo ilustrativos como Jesús o filosóficos como Platón. Sí, necesitamos lógica. Pero también  necesitamos ilustraciones (e.g. el reino de los cielos es semejante a…) e historias (e.g. había un hombre rico…)
  • Demasiadas citas:Los Léxicos y Concordancias son magníficos servidores pero muy pesados amos. Toma tu texto para predicar y excava en él hasta que encuentres agua fresca, en vez e dejarlo y seguir excavando cientos de huecos en referencias Bíblicas de una pulgada de profundidad por todo el desierto. Y, aunque me encantan las citas del Pastor Puritano, Pastor Spurgeon y el Pastor Lloyd-Jones, en realidad vine para escuchar al Pastor Usted.
  • Demasiado desorden:¿Es necesario ese párrafo, esa oración? Yo se que suena bien, pero ¿es necesario?
  • Demasiada lectura:Si estuvieras forzado a hablar sin notas, o con solo una hoja de bosquejo, tendrías que simplificar. Predicar a partir de un manuscrito te permite usar muchos complejos argumentos y oraciones y te hace lucir mejor. Pero esto hace que los que escuchan se adormezcan. Si tienes que escribirlo todo, entonces hay que hacerlo en un estilo oral, evitando que los sermones se conviertan en lecturas.
  • Demasiada doctrina.La Teología sistemática es maravillosa. La teología bíblica es grandiosa. Pero saber explicar el texto de forma sencilla es mejor que ambas cosas. La teología sistemática y bíblica nos ayudan a entender el texto pero no tienen que imponerse sobre el texto. Tal vez intenta imaginarte explicando el texto a un niño de 10 o 12 años, luego… Pero por favor, por favor, solo explica el texto.

 
Es maravilloso que muchos púlpitos reformados están llenos de sermones bien estudiados y de sermones bien preparados llenos de la verdad bíblica. Pero me temo que muchos en nuestra audiencia no pueden tragar trozos tan grandes de carne que se sirven desde algunos púlpitos. Ellos necesitan carne, pero hay que marinarla, condimentarla, cocinarla bien, y cortarla en trocitos que quepan en la boca. ¡Algunos hasta necesitan ayuda para masticarla! (Me detendré aquí)
Hay dos formas de simplificar nuestros sermones, la primera es intelectual y la segunda es espiritual. La solución intelectual involucra la enérgica tarea mental de simplificar nuestros sermones sin compasión. Cualquier tonto puede predicar como un genio, pero se necesita de un genio para predicar de forma simple. Y por genio, no pretendo considerar a personas que tengan la habilidad innata de hacer simple lo que es complicado. El genio es usualmente el resultado final de un trabajo extremadamente arduo. Hay una tremenda diferencia (al menos 10 horas de diferencia), entre preparar sermones simples y preparar sermones simplistas.
La mayoría de mis sermones están listos para ser predicados después de unas 8 horas de trabajo. Pero si mi intención es que la mayoría de mi audiencia adquiera el máximo de entendimiento, tengo que amarrarme al escritorio y presionar mi mente para podar, cortar, clarificar, ilustrar, etc. Por al menos dos horas. Además de estudiar cómo hicieron los mejores predicadores para comunicar verdades profundas sin ahogar a su audiencia, el mejor recurso que he encontrado es el libro de William Zinser “Escribir bien”. Lea y relea  ( y vuelva a leer) las páginas 7-23. Y estudie mucho las páginas 10 y 11 en las cuales Zinser aplica el cuchillo al manuscrito. Luego, afile su propio cuchillo.
El antiguo profesor de Princeton, J. W. Alexander escribió: “Es una observación muy interesante que algunos de los más grandes sermones son los más simples en diseño y desarrollo. La simplicidad en el diseño, organización y desarrollo es la marca de un gran comunicador. La complejidad confunde – la simplicidad satisface”.
La solución espiritual es el amor por las almas. Esa vieja frase tan utilizada tiene que volverse una realidad en nuestros días. Si amamos a los que nos escuchan y queremos verlos vivir mejor, y mejor preparados para la vida, haremos lo mejor por simplificar nuestros sermones para el beneficio de ellos. Si tenemos presente el bienestar espiritual y destino eterno de los que nos escuchan, la tarea de hacernos entender mejor será una cuestión de vida  o muerte.
Es maravilloso que Dios esté llamando a predicadores con mentes brillantes al ministerio de la Palabra. Pero las mentes brillantes necesitan corazones grandes si han de servir con amor y simpatía a los menos dotados hijos de Dios, los cuales muchas veces han sido bendecidos con mayor gracia.
Jay Adams relata en Truth Applied, cómo Martín Lutero inicialmente usaba una jerga académica cuando predicaba a las monjas en la capilla de un convento. Pero, cuando se hizo Pastor de una iglesia den el pueblo de Wittenberg, se dio cuenta de que tenía que trabajar para lograr que le entendieran. El usó a los niños como su estándar de inteligibilidad. “Predico al pequeño Hans y a la pequeña Elisabeth”, decía. Si ellos pueden entender, los demás podrán también. Rehusó entrar en el juego de los educados de su congregación. “Cuando predico aquí en Wittenberg, desciendo al nivel más bajo. No busco a los doctores o los maestros, de los cuales habrá unos 40 presentes, sino que predico a los centenares o miles entre la gente joven. A ellos predico… si los demás no quieren escuchar – la puerta está abierta.”
Que se diga de nosotros lo que eventualmente se dijo de Lutero, “Es imposible no entenderle”.

2 Comentarios

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here