Mi Deuda con los Puritanos

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Por Joel Beeke, traducido con permiso por Alexander León J.

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Mi vida ha sido profundamente formada y enriquecida por hombres que murieron hace mucho tiempo, pero cuyos ministerios viven por medio de sus libros. Como teólogo tengo que leer muchos libros acerca de las enseñanzas de la Biblia, pero nada me afecta más que los escritos de los Puritanos, y el movimiento paralelo que se dio en Holanda, la Reforma Holandesa Subsiguiente.
Siendo un joven, fui nutrido por los escritos de Thomas Goodwin, cuyos libros sobre Cristo el Mediador y el corazón compasivo de Cristo en el Cielo me movieron a la fe y al amor por Cristo. En mi años adultos, algunos de mis libros favoritos han sido el de Wilkemus á Brakel, El Servicio Cristiano Razonable, una combinación de teología reformada y ética escrita en un tono cálido de experiencia personal; El Refinamiento Espiritual de Anthony Burgess, una obra clásica sobre el reconocimiento de la obra salvífica de Dios en nuestras vidas; y Las Cartas de Samuel Rutherford, cartas llenas de meditación en la belleza de Cristo, escritas por un hombre que sufrió mucho por causa de Él.
Aunque son muchas las maneras en que los libros tan saturados de Biblia de los Puritanos me han influenciado, me gustaría resaltar tres lecciones especiales que he aprendido de ellos sobre la vida cristiana como una experiencia personal.

  1. La prioridad del Amor

Los Puritanos no solamente mandaban a amar, sino que pedían a los Cristianos que se esforzaran en amar con celo piadoso. Oliver Bowles dijo que el celo “es un ardor santo que es encendido por el Santo Espíritu de Dios en los afectos, haciendo progresar al hombre hasta lo sumo para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia”. Este celo no es orgullo y dureza, en lo que suele convertirse a veces el celo religioso, sino una dulce y gentil energía para hacer el bien. Jonathan Edwards escribió: “Así como algunos se equivocan en cuanto a lo que es el verdadero denuedo por Cristo, lo mismo pasa con el celo cristiano. Es cierto que es como un fuego, pero es una llama dulce; o más bien el calor y fervor de una dulce llama. Porque la llama a la cual pertenece este calor, no es otra cosa que el amor divino, o la caridad Cristiana; que es la cosa más dulce y benevolente que existe, o puede existir en el corazón de un hombre o un ángel
William Ames dijo que el amor por nuestros semejantes significa que deseamos el bien para ellos “con afecto sincero de corazón” y “esfuerzo por lograrlo”. Cuando hablamos de estar encendidos por Dios, los Puritanos nos recuerdan que tiene que ser un fuego de amor. Y ellos se dieron cuenta que solamente Dios puede encender y avivar este fuego. John Preston escribió: “El amor de Dios es de manera peculiar la obra del Espíritu Santo… por lo tanto la manera de obtenerlo es orando… no somos capaces de amar al Señor del mismo modo en que el agua es incapaz de calentarse a sí misma… por esto el Espíritu Santo debe encender este fuego en nosotros, esto debe venir del Cielo, de lo contrario nunca lo tendremos”. Lo cual me lleva al siguiente punto.

  1. El poder de la Oración

En lo que se refiere al ministerio, los Puritanos definitivamente eran activistas, que dedicaban largas horas de ardua labor a la expansión del reino. Sin embargo, ellos entendieron de manera práctica que toda obra del reino es la obra de Dios. Ni el evangelismo ni la edificación puede tener éxito sin el Espíritu de Dios. Thomas Watson escribió, “Los ministros tocan a la puerta del corazón de los hombres, pero el Espíritu viene con una llave y abre esa puerta”. John Owen dijo, “El Señor Jesucristo… envía su Espíritu Santo a nuestros corazones, y esta es la causa eficiente de toda santidad y santificación – despertar, iluminar, purificar las almas de sus santos
Por esta razón, nuestro ministerio debemos realizarlo de rodillas. Richard Baxter dijo: “La oración debe transportar nuestro trabajo tanto como la predicación; no predica de corazón a su gente, el que no ora insistentemente por ellos. Si no prevalecemos ante Dios para que les de fe y arrepentimiento, tampoco lograremos que crean y se arrepientan”.   Y Robert Traill escribió, “Algunos ministros con menores dones son más exitosos que otros con habilidades superiores; no porque predican mejor, sino porque oran más. Muchos buenos sermones se pierden por falta de oración en la preparación

  1. La búsqueda de la Santidad

En la mundanalidad de nuestra naturaleza, nuestros corazones se van tras la felicidad terrenal. Cuando vienen la inevitable tristeza, desilusión y frustración, nos quejamos y deshonramos a Dios. Thomas Manton dijo: “La murmuración es contraria a la providencia, es renunciar a la soberanía de Dios”. Watson escribió: “Nuestra murmuración es música para el diablo”. Sin embargo, los Puritanos reconocieron que en Cristo, nuestros corazones tienen una nueva dirección fundamental, una que valora el reino de Dios y la justicia sobre todas los tesoros terrenales.
La santidad comienza y florece con la fe en Cristo. John Flavel escribió, “El alma es la vida del cuerpo, la fe es la vida del alma, y Cristo es la vida de la fe”. Isaac Ambrose dijo que debemos fijar nuestros ojos en Cristo, no con un simple conocimiento intelectual sino de una forma interna y de experiencia personal “mirar a Jesús, es remover los afectos del corazón y los efectos en nuestra vida… conocer, considerar, desear, esperar, creer, disfrutar, invocar a Jesús, y conformarnos a Jesús”.
La santidad debe ser real en nuestras vidas privadas y en nuestras familias, de lo contrario se convierte en un espectáculo hipócrita. John Trapp escribió: “Sigan a los hipócritas a sus casas, y ahí encontrarán lo que en realidad son”. Mathew Henry dijo, “No es suficiente vestirnos con la religión cuando vamos a estar frente a los demás hombres; sino que debemos ser gobernados por ella en nuestras familias”. La santidad verdadera es un reflejo de Cristo cuando Él está en el corazón y en el hogar.
El amor, la oración y la santidad – este es el ABC de la vida bíblica. Constituyen la esencia misma de la actividad de una fe viva en Cristo. Esta es la gran razón por la cual estoy en deuda con los Puritanos: ellos siempre me hace regresar a lo básico del caminar con Dios por medio de Cristo.

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