Devocional – Lamentaciones 1:18

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Jehová es justo; yo contra su palabra me rebelé.
Oíd ahora, pueblos todos, y ved mi dolor… Lamentaciones 1:18

Este no es un versículo que la gente desee imprimir y exhibir en su escritorio, este no es un versículo sobre el cual se hagan “stickers” para el carro.
Este pasaje relata el clamor penitente de la ciudad de Jerusalén, sufriendo las dolorosas consecuencias de sus pecados, el resultado de su obstinación, infidelidad y falta de cordura. ¿Quién querría publicar estos sentimientos de fracaso, dolor y pena?
La gente no quiere escuchar cosas así, la gente quiere escuchar cosas agradables, pensamientos positivos, bendiciones, promesas y consejos para triunfar.
Pero la Biblia contiene muchos textos que expresan las tristezas de los corazones arrepentidos y las amarguras de los que reconocen sus pecados.
Sería un acto de deshonestidad si hacemos un uso parcial de la Biblia, evitando los pasajes que no son tan agradables, ¿no es así?
El pasaje que estamos considerando expresa dos verdades fundamentales en las cuales es necesario que reflexionemos.
La primera de ellas es que Dios es Justo. La justicia demanda que la transgresión sea castigada.
El engaño del pecado hace que olvidemos esta verdad, porque Dios no ejecuta su juicio de forma inmediata, sino que es clemente, misericordioso y paciente, pero llega el momento en el cual, según las Escrituras, Su santa ira se derrama, como una copa que se ha ido llenando poco a poco hasta rebosar y debe ser vaciada.
El hombre común es impenitente, cada vez que las circunstancias son adversas o que la aflicción toca a la puerta de su vida, la reacción usualmente consiste en un cuestionamiento rebelde que le hace exclamar ¿Por qué a mí? ¿Por qué me pasan estas cosas?
Lo triste es que muchos que profesan ser cristianos también reaccionan de esta manera sin darse cuenta que esas expresiones equivalen a elevar el puño contra Dios en actitud de reclamo.
Dios es justo y nosotros más bien deberíamos reconocer como el rey David que Dios “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Salmos 103.10)
En el texto de nuestra reflexión, Jerusalén reconoce que la terrible situación que experimentaba, habiendo sido vencida por los caldeos, asolada y quemada, es una consecuencia directa de su persistente desobediencia a los mandamientos de Dios, por el quebrantamiento del Pacto.
La segunda consideración se refiere a la práctica de la confesión de pecado. Esta práctica parece estar ausente en el cristianismo de nuestros días, es algo que la gente quiere evitar, así como se evita admitir que el sufrimiento está de alguna manera ligado a las desobediencias. Pero la Biblia nos dice de forma muy clara que “El que encubre sus pecados, no prosperará, más el que los confiesa y se aparta, alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13)
En el Nuevo Testamento, tenemos una descripción de lo que ocurrió tras la predicación del profeta Juan, llamado “el Bautista”: “Y salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.” (Marcos 1:5) y de lo que ocurrió tras la predicación del apóstol Pablo en Éfeso: “Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos.” (Hechos 19:18)
¿Por qué desapareció este tipo de confesión de las iglesias cristianas?
El catolicismo romano sustituyó la verdadera confesión por un rito en el cual las personas procuran desahogarse y calmar sus conciencias diciendo sus pecados a un sacerdote, pensando que un hombre tiene potestad de pronunciar una absolución a cambio de una penitencia impuesta. Esto no corresponde en absoluto con la enseñanza bíblica.
Pero por otro lado, las iglesias llamadas evangélicas han suprimido por completo la práctica de la confesión y parece que se incentivan únicamente los testimonios personales que corresponden a las bendiciones, logros y metas en el nivel de prosperidad material.
Cuando el Señor actúa en nuestros corazones y nos quebranta por causa de nuestros pecados, deberíamos ser honestos y expresar este dolor y reconocer que hemos experimentado el azote divino y que Dios es justo al castigar, pero que aun así, confiamos en Su gran misericordia. Un testimonio de esta índole comprueba el poder del Evangelio, porque el pecador entendiendo la gravedad del pecado y lo merecido de la condenación, acude al Salvador Jesucristo y confía en el perdón que se obtiene por la fe en Su sacrificio.
A todo aquel que está experimentando penas como consecuencias de sus pecados, le animo a refugiarse en Aquel cuya justicia no le impide ser misericordioso, porque ha provisto una solución cuando entregó Su HIJO eterno por amor de pecadores.
Pr. Alexander León

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