UNA IMPORTANTE DISTINCION

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Una Importante pero Rechazada Distinción.

Por Carl Trueman , Profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario Teológico Westminster.

Este artículo aparece originalmente en www.reformation21.org, la revista online de la Alianza de Evangélicos Confesionales, copyright 2013, todos los derechos están reservados, usado con permiso. Este artículo no puede ser reproducido sin el consentimiento escrito de la Alianza de Evangélicos Confesionales (Alliance of Confessing Evangelicals).
Traducido con permiso por el Pr. Alexander León.
Hay una distinción importante que es absolutamente necesaria para una buena teología y una vida Cristiana sana. Es también una distinción que parece haber sido olvidada por un gran número de personas tanto en la izquierda como en la derecha del espectro teológico.  Es la distinción entre ser infantil [las niñerías] y el ser como un niño. Los Cristianos están llamados a tener una fe como la de un niño pero no a comportarse como niños.
Sospecho que las generaciones futuras mirarán hacia nuestro presente y lo considerarán una era de gran infantilismo en la historia de la humanidad. Las enormes cantidades de dinero que pagan los adultos para ver a otros jugar y para entretenerse de esa manera, es increíble. La influencia cultural que se le da a las jóvenes celebridades del pop es extraña en verdad. Es decir, sea cual sea nuestra opinión con respecto al Programa de Salud del Gobierno, deberíamos todos estar de acuerdo en que lo las opiniones de Justin Biever [cantante pop] al respecto de eso pueden ignorarse sin riesgo, ¿Verdad? Y la necesidad compulsiva de personas que parecen inteligentes por publicar en Twitter las más asombrosas vanidades de sus vidas para que todos las sepan es sorprendente.  A estas niñerías que son relativamente triviales podríamos añadir otra más siniestra: el desarrollo de una cultura política y legal que se resiste a reconocer cualquier tono de grises. En el aspecto de la moralidad, los mimados infantes han tomado el control cuando un hombre decide abandonar a su esposa para unirse a otro hombre y todos lo vitorean como a un héroe por su coraje y honestidad en vez de considerarlo un cretino por su cobardía al rendirse ante sus hormonas.
Tristemente, esto también afecta la iglesia. Muchas mega-iglesias han crecido y prosperado por medio del extraño, inesperado, pero sin dudas exitoso matrimonio entre una teología ampliamente ortodoxa con un idioma infantil. Aún más, muchos cristianos de iglesias que no son tan “mega” tienen también sus maneras de actuar infantiles y sus miembros infantiles. No se trata sólo de esos pastores que se visten al estilo descuidado de un chico de trece años cuando predican, los que tienen estas cualidades. Todos nosotros podemos vernos tentados en esa dirección cuando no se nos da lo que queremos y procedemos de inmediato con una rabieta de lanzar nuestros juguetes cualquiera que estos sean.  Y ¿qué podríamos decir del Cristiano Twittero que desde el más pequeño al más grande, parece no entender que hay algunas cosas que son para el consumo público y otras que deberían mantenerse en lo privado? Saber cuándo hablar en público y cuándo mantener discreción y modestia callando (especialmente con respecto a los logros personales) solía ser una característica que indicaba lo que significa madurar.
Quizás en el corazón mismo del infantilismo reside la inhabilidad para reconocer cualquier autoridad externa. El pequeño que llora por su osito de peluche que le ha sido quitado, está expresando su frustración porque su mundo ha sido cambiado en contra de su voluntad, de manera similar lo hace la adolescente cuya vida (y aquí cito) “ha sido totalmente arruinada” porque su teléfono celular le ha sido confiscado por el resto de la tarde por su airado padre. Mucho de lo que consideramos como una conducta infantil, tal como rabietas, desobedecer simples reglas e insolencia, contienen una significativa dosis de repudio hacia la autoridad externa.
Recuerdo que hace algunos años me involucré en una discusión con alguien sobre el asunto de la autoridad bíblica. Este individuo, que profesaba ser Cristiano en ese momento, simplemente no podía aceptar las afirmaciones que la Biblia hacía de su vida. Gradualmente, noté un patrón que comenzaba a emerger: esta persona también odiaba el hecho de que su patrón en el trabajo le llamara a cuentas, que habían ancianos en la iglesia que podían llamarle a rendir cuentas o que su padre le llamara a rendir cuentas.  Se hizo evidente para mí que esta persona no estaba luchando con la autoridad bíblica en particular, sino que estaba luchando con la autoridad externa en general. Irónicamente, Occidente tiende a apoyar tal individualismo e independencia como una señal de madurez. Conforme somos testigos del último estado de este proyecto que se desarrolla ante nuestros ojos y vemos al mundo Occidental volverse un lugar donde las cortes legales se necesitan para poder decidir cuál baño puede usar un chico de cinco años, pienso que la trayectoria del infantilismo se vuelve muy clara. Y, a propósito, en el caso que estoy mencionando, los que ganaron no fueron los adultos, sino los niños de cinco años. Eso debería decirnos algo.
[*** El caso que se menciona se refiere a una demanda legal que hicieron los padres de un niño contra una Escuela para que se le permitiera al chico usar el baño de las niñas porque se identifica más como una niña.]
Ser como niños, sin embargo, es la verdadera antítesis del infantilismo. Si el infantilismo involucra rechazo al reconocimiento de la autoridad externa, y por lo tanto el rechazo a reconocer sus propios límites y dejar de creerse único en el mundo, ser como un niño es muy diferente.  Ser como un niño es aceptar que uno no es la medida de todas las cosas. Los niños son los que miran a otros, especialmente a los adultos, para aprender cosas que todavía ignoran. Ser como niños involucra confiar en los padres y en los parientes mayores para que los protejan, para que los dirijan con su sabiduría, reconocer que los adultos tienen capacidades y destrezas con las cuales les pueden ayudar.
En el mundo Cristiano, podríamos añadir que esto involucra una aceptación del poder y la autoridad de Dios, de la suficiencia de su revelación, y de la completa salvación que nos ha traído en Cristo. También tiene que ver con estar involucrado en la iglesia local, buscar a los ancianos y diáconos para apoyo y cuidado. Involucra el darse cuenta de que uno no está apartado, o por encima del cuerpo de Cristo: uno es parte de él y está bajo Su cabeza como autoridad.
Para volver al ejemplo del hombre que mencioné al principio. Recuerdo un comentario de Karl Barth con respecto a la Escritura. Aunque no apoyo el punto de vista de Barth con respecto a la Escritura, esta cita ha estado conmigo desde que la leí. Era algo como esto: Yo sé que la Biblia es la Palabra de Dios de la misma forma en que sé que mi madre es mi madre. Ahora, confieso que nunca he pedido a mi madre que se haga un test de DNA. Tengo una copia de mi registro de nacimiento, en el cual aparece su nombre, pero nunca lo he usado como base para mi relación con ella, ni he tratado de investigar si el certificado fue de alguna manera falsificado como parte de una conspiración para confundirme. Siempre he sabido que mi madre es mi madre y no creo ni remotamente que por esto tenga que ser tachado de irracional, o avergonzarme de ello. Confieso que en algún momento particularmente desagradable de mi adolescencia le grité “Tú no eres mi madre” pero era un insulto cruel y calculado, no un argumento basado en alguna prueba biológica o que de verdad creyera. Argumentaría también que, tal aseveración demostró la estupidez e inmadurez de mi adolescencia.
Herman Bavink dice que el Cristiano acepta la revelación especial de Dios en Cristo con la fe de un niño. Esta es una aseveración plausible en un mundo donde el ser como un niño es algo que se menosprecia y el infantilismo [niñería] es algo que se exalta. Pero esto captura apropiadamente el pensamiento expresado por Cristo mismo cuando señaló a los niños como ejemplos de la forma en la cual Sus palabras deben ser recibidas.
El crecimiento en la madurez Cristiana debe manifestarse en numerosas formas. Una de ellas es que deberíamos estar cada vez menos enamorados de los mitos que nos hemos creído: que somos tan especiales como individuos, que tenemos un potencial ilimitado, o que siempre tenemos la última palabra en todo.  En pocas palabras debemos volvernos cada vez menos infantiles. En lugar de eso, debemos ser más conscientes de que somos como los demás – limitados, dependientes, finitos, caídos. También deberíamos aprender a encontrar nuestra plenitud al descansar en la fe bíblica, simple, catequética, que nos describe como realmente somos, lo que necesitamos, y nos dice cómo podemos encontrar esta plenitud al someternos en fe humilde y reverente a Cristo. En otras palabras, debemos ser menos infantiles y hacernos más como niños.
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