¿Cómo evitar la ruina en el Ministerio Cristiano?

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La casi inevitable ruina de todo ministro… y cómo evitarla.

Por Donald Whitney – Traducido por C. Alexander León J.

I Timoteo 4:15-16
Casi todo el mundo conoce a alguien que antes estuvo en el ministerio. Casi todos conocen a alguien que no debería estar en el ministerio. Y todo ministro conoce otro ministro – o varios – a los cuales no desearía parecerse.
Pero la triste noticia para los ministros es que, sea cual sea su edad o su educación o experiencia, es casi inevitable que usted se convierta en la clase de ministro que no quiere ser. Así que pienso que es importante tratar el tema sobre la casi inevitable ruina del ministro… y cómo evitarla.
Cierta vez, cuando un ejecutivo de la Convención Bautista del Sur estuvo en el Seminario Midwestern a fines de los años 1990, dijo que las estadísticas muestran que de cada veinte hombres que entran al ministerio, solo uno de ellos continúa en el ministerio al llegar a la edad de 65 años.
A pesar de todo el empeño con el que suelen empezar la carrera, a pesar de toda la inversión en tiempo y dinero para prepararse, a pesar de los años de servicio, a pesar del costo de redirigir sus vidas, casi todos abandonarán el ministerio. Algunos saldrán por motivos de salud. Algunos se recluirán en vida privada. Algunos aceptarán que en realidad malinterpretaron el llamado de Dios. Algunos abandonarán porque el estrés es demasiado. Algunos serán expulsados por sus iglesias. Algunos se retirarán por el sentimiento de frustración y fracaso. Y si usted nunca ha tenido pensamientos de abandonar el ministerio, creo que no ha estado en el ministerio por mucho tiempo.
A pesar del hecho de que nadie entra en el ministerio por casualidad, la ruina de casi todo ministro parece inevitable. Porque además del alto porcentaje que hace abandono del ministerio, algunas veces parece que muchos de los que sí permanecen, parecen haber fracasado en otras formas. Pueden arruinarse por dinero, ya sea por el deseo de dinero o la carencia de él. Toman demasiadas decisiones basados en hacer más dinero, o bien, afectan su actitud hacia la iglesia porque sienten que no se les paga lo suficiente.
Pueden arruinarse por causa del sexo. Tengo una publicación de la Convención Bautista del Sur en mis archivos que dice que «entre 25% y 30% de los ministros [están] envueltos en conducta sexual impropia» en algún nivel. Aún cuando no llegue a ser conocido por otros, los pecados sexuales o la pornografía causan un verdadero impacto en la vida espiritual de manera que los ministerios llegan a la ruina.
Pueden arruinarse por el poder. Se vuelven autoritarios. Puede ser que no fueran así al principio; tal vez se volvieron así porque sirvieron fielmente por mucho tiempo en algún lugar y esto ocurrió gradualmente. O quizás empezaron poco a poco a servir sus propios apetitos políticos más que a Cristo, entonces se interesaron en escalar puestos en su denominación. Estar encargados de jalar los hilos parece más satisfactorio que predicar sermones. Comenzó a disfrutar estar conectado con la gente importante, tener influencia y posición entre los que dirigen.
Pueden arruinarse por el orgullo. Entre más influencia les concede Dios, más grandes se sienten en su propia opinión y creen que merecen esta influencia que manejan. Pero el orgullo es probablemente el pecado que Dios y la gente más detesta. Sin importar cuán grande sea su conocimiento o habilidades, los orgullosos no son amados ni admirados. Puede ser que obtengan la admiración de los ignorantes, o de los que no saben discernir, o de aquellos que procuran favorecerse del poder que ostentan, pero nunca una aprobación benigna.
Pueden arruinarse por el cinismo. Cuando pasan mucho tiempo rodeados de ministros iguales a ellos – ministros que se han arruinado en alguna medida por causa del dinero, el sexo, el poder o el orgullo, no es de sorprenderse que se vuelvan cínicos. Además, cuando usted tiene que tratar semana tras semana con gente que se supone que dice que es cristiana pero frecuentemente no actúan como tales, cuando aquellos que se supone que son el pueblo de Dios hablan de usted y lo tratan peor de lo que lo tratan los del mundo, cuando ha ministrado por años y se ve tan poco fruto en las vidas de aquellos por los cuales usted casi ha dado su vida, es fácil volverse cínico. No se preocupa más por el testimonio de nadie. No libro que le impacte. No hay sermón que le mueva.
Pueden arruinarse por el éxito. Se vuelven presidentes ejecutivos, no pastores. Se vuelven administradores, no ministros. Su modelo son los negocios, con sus énfasis en números, unidades, productos, mercadeo y clientes, en vez de una familia con su énfasis en el amor, las relaciones, nuevos nacimientos y madurez, o una granja con su énfasis en las ovejas, el fruto y las cosas que crecen.
Se vuelven algo que usted no quiere ser. Los puede ver haciendo política en su denominación y usted dice «No quiero llegar a ser así». Usted puede notar su cinismo en las conversaciones y usted dice: «No quiero ser así». Usted percibe en ellos su auto-importancia en las reuniones. Cuando usted les habla de temas espirituales se lleva la impresión de que ellos están más interesados en otros temas que en las cosas de Dios y usted vuelve a pensar: «No quiero nunca llegar a ser así». Usted los escucha predicar con esa actitud arrogante, con su mundanalidad, con su falta de pasión, con su profesionalismo e hipocresía y usted ora en silencio diciendo: «Señor, por favor nunca dejes que yo llegue a ser así».
La triste realidad es que usted sí puede llegar a ser así. Ese hombre podría ser usted en unos pocos años. Y eso es lo mismo que pensarán de usted los ministros jóvenes. Es casi inevitable para los ministros – si no se esfuerza en progresar. No hay tierra neutral
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