En el siglo 16 el humanista Erasmo de Roterdam, escribió una crítica contra las enseñanzas el ex-monje alemán Martín Lutero, quien jugó un papel tan importante en la Reforma Protestante. El documento de Erasmo pretendía favorecer la posición católico-romana en cuanto a la doctrina del libre albedrío. Esa posición teológica es precisamente la que abrazan la mayoría de cristianos de todas las denominaciones.
La controversia que había surgido a principios del siglo V entre entre el monje británico Pelagio y Agustín de Hipona (San Agustín) con respecto al pecado original y el libre albedrío, llevó a que la docrina pelagiana fuera condenada eventualmente en el Concilio de Efeso como una herejía. Pero eventualmente la Iglesia católica abrazó una posición teológica semi-pelagiana.
La iglesias surgidas de la reforma protestante consideraron la posición agustiniana como la posición teológica más correcta según las Escrituras, pero eventualmente surgieron controversias dentro del mismo protestantismo y en el siglo 17 algunos optaron por la posición del holandés Jacobo Arminio (arminianismo). A la posición agustiniana se le llamó calvinismo porque el francés Juan Calvino fue el que más claramente esquematizó esta teología con su libro Institución de la Religión Cristiana.
Muchos cuestionan la utilidad y conveniencia de este tipo de debates, pero hace casi 5 siglos Lutero respondió a Erasmo en un documento que puede servir de mucho a los que están considerando este tema. Martín Lutero fue atacado y odiado por muchas de sus enseñanzas, pero él mismo reconoció que solo Erasmo había entendido dónde estaba el meollo del asunto al discutir sobre la salvación de los hombres. ¿Son los hombres los que se salvan a sí mismos, o es Dios quien salva a los pecadores? – El siguiente es un fragmento del documento titulado
«De servo arbitrio»
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Por lo tanto: si Dios quiso que tales cosas se dijeran en público y se divulgaran, y que no se reparase en lo que sigue de ellas, ¿quién eres tú para prohibirlo? El apóstol Pablo trata las mismas cosas en su carta a los Romanos, no a escondidas, sino en público y ante todo el mundo, sin imponerse ninguna restricción, y además, en términos aun más duros y con toda franqueza, diciendo: «A los que quiere endurecer, endurece» y «Dios, queriendo hacer notoria su ira», etc. ¿Qué palabra más dura hay -pero sólo para la carne- que aquella de Cristo: «Muchos son llamados, pero pocos escogidos» y «Yo sé a quiénes he elegido»? Por supuesto, a juicio tuyo todo esto es lo más inútil que puede decirse por la razón de que -así lo crees- induce a los hombres impíos a caer en desesperación, y a odiar a Dios y blasfemar de él.
Aquí, como veo, tu parecer es que la verdad y la utilidad de las Escrituras deben ser sopesadas y juzgadas conforme a la opinión de los hombres, y de los más impíos de entre ellos, de suerte que algo es verdad y es divino y es provechoso para la salvación sólo si les agradó a ellos o si les pareció tolerable; lo que no les gustó, sin más es tenido por inútil, falso y pernicioso. ¿Qué otro fin persigues con este consejo sino que el albedrío y la autoridad de los hombres sean amo de las palabras de Dios y decidan sobre su validez y nulidad? La Escritura al contrario sostiene que todo depende por entero del albedrío y la autoridad de Dios; en una palabra, que delante del Señor calla toda la tierra.
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Les invito a leer un documento más completo para estudiar el asunto del libre albedrío y su relación con la salvación de los hombres: EL LIBRE ALBEDRIO.