La trágica pérdida de la doctrina del pecado

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supremecourt

(Artículo de Conrad Mbewe, traducido con permiso por Alexander León)

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Comencé a escribir esta publicación en un vuelo a través del Atlántico. Estaba molesto. Salí de los Estados Unidos el mismo día que la Suprema Corte anunció allá la legalidad de los matrimonios del mismo sexo. Había tenido la intención de escribir hace como un mes pero parece que ahora llegó el momento para hacerlo.
Tomando el riesgo de parecer simplista, entre más lo pienso más me persuado de que muchos de los errores filosóficos y sus fallos en soluciones prácticas y en resoluciones tienen su causa en un entendimiento erróneo de eso tan terrible que la Biblia llama “pecado”.
Según la Biblia, el pecado no solo consiste en lo malo que hacemos sino que es la causa original por la cual lo hacemos. Parece que hace mucho hemos olvidado el segundo aspecto de la definición de pecado y que solo estamos lidiando con la primera parte. Hablamos del disparo, pero no del disparador.
El entendimiento moderno de los seres humanos es que somos esencialmente buenos y que nos volvemos malos únicamente por causa de fuerzas externas, e.g. el abuso de las drogas y el alcohol o un mal vecindario. Los más “espirituales” añaden las tales maldiciones generacionales y los demonios a la lista de las fuerzas externas que nos corrompen.
Ciertamente ese No es el concepto bíblico. Según la Biblia somos esencialmente malos. Cuando nuestros primeros padres, Adán y Eva fueron creados, eran buenos. Sin embargo, cuando pecaron contra Dios según Génesis 3, llegaron a ser culpables y comenzó una degradación moral dentro de ellos. Sus corazones se volvieron pecaminosos. Llegaron a ser esclavos de ese poder maligno llamado pecado.
Posiblemente no hay una mejor exposición de la experiencia del pecado como un poder maligno dentro de nosotros que la que encontramos en Romanos 7. El apóstol Pablo dijo:

“…Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia “ – (Romanos 7.7-8)

Aquí el pecado se ilustra como una fábrica de maldad, produciendo toda clase de codicia. Nos hace desear todo lo que no tenemos derecho legítimo de desear. Ese deseo puede ser muy fuerte, tan fuerte como lo es una adicción para el adicto. Esto fue lo que hizo a Pablo darse cuenta de que necesitaba la salvación.
Este poder maligno dentro de nosotros no solo anhela lo que es malo sino que se intensifica cuando es confrontado con un mandamiento que le prohíbe lo que desea. El apóstol Pablo escribió:

“… el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.” – Romanos 7.13

Aquí el apóstol Pablo está refiriendo lo que ocurrió dentro de él cuando se enfrentó al mandamiento de Dios que dice: “No codiciarás”. El mandamiento es bueno. Sin embargo, ese poder maligno lo llenó de toda clase de deseos codiciosos tan pronto como fue consciente de este mandamiento de Dios.
Entonces, aprendemos algo más con respecto a este poder maligno. Es rebelde. Odia estar bajo autoridad. Quiere seguir su propio camino. Empuja para traspasar los límites. Tan pronto como escucha “No harás…”, viene y dice “Yo quiero”, toma oportunidad por el mandamiento para el mal.
Este poder maligno también está presente en los Cristianos. El apóstol Pablo testifica en forma verbal presente, como un creyente maduro:

“Porque lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo hace aquello, sino el pecado que mora en mí” – Romanos 7.15-17

Pablo había explicado antes en Romanos 6 que cuando nos hacemos Cristianos el dominio de este poder maligno se rompe. Sin embargo, de ningún modo él se engaña pensando que somos completamente libres de su influencia. Todavía está presente dentro de nosotros, haciendo guerra contra nuestra humanidad renovada. (ver Romanos 7.21-24)
Estoy muy preocupado porque mucho del evangelicalismo moderno ha perdido esta clara enseñanza bíblica. Parece que vemos la fuente del pecado puramente en términos del diablo y del mundo. Nos vemos a nosotros mismos como gente buena que somos víctimas de las fuerzas externas. Fallamos en ver que hemos nacido caídos.
Esta trágica pérdida de la doctrina del pecado nos ha dejado incapaces de explicar lo que está pasando en nuestro mundo hoy. El argumento de Romanos 1.18-32 es que cuando Dios es verdaderamente reconocido, Él pone un freno sobre este poder maligno del pecado. Sin embargo, cuando la gente piensa que puede manejarse bien sin Dios, Él quita este freno y el poder maligno toma completo control.
Pablo argumenta que el primer pilar que se cae cuando este poder maligno es desatado es la pureza sexual (Romanos 1.26-27). De esta manera, la homosexualidad es un fruto de este poder maligno que demanda lo que es contrario a la naturaleza.
Finalmente, este poder maligno se trae abajo todos los otros pilares de la moralidad (Romanos 1.28-31). No se detiene con solo quitar nuestros pantalones; corre en locura quitando todo a todos en su camino. La sociedad se llena de toda clase de impiedades irracionales.
En la bondad de Dios, Él ha provisto al gobierno civil con el fin de restringir a los seres humanos de caer en el abismo de la depravación total. Sin embargo, cuando el gobierno civil se obsesiona con los derechos en vez de las responsabilidades se vuelve cómplice en espiral descendente. Aprueba a aquellos que practican impiedades irracionales (Romanos 1.32)
Esto es lo que está sucediendo con la civilización occidental. Dios fue rechazado desde hace tiempo. El gobierno civil está tan ebrio con los así llamados derechos que hasta está dispuesto a redefinir el matrimonio. Se nos dice que el sexo no tiene que tener límites mientras los involucrados sean dos adultos que consienten. Si tratas de hablar con respecto al elefante en el cuarto, te callan tratándote de religioso intolerante.
En el caso de que me vean como alguien que lanza piedras hacia el océano Atlántico, permítanme decirles que este es el talón de Aquiles del creciente movimiento [evangélico] de liberación en África. Ellos culpan a las maldiciones generacionales y a los demonios de los fallos morales del ser humano. Si un hombre es adúltero es porque tiene una maldición o un espíritu que lo hace andar detrás de las faldas. Necesita liberación.
Estuve en una reunión ayer en la cual se practicó esto. Un obispo estaba orando por África y refiriéndose a la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos dijo: “Atamos el demonio de homosexualidad. Rechazamos este espíritu aquí en África”, así oró. Muchos entusiastas respondieron con un fuerte ¡Amén!
Este movimiento popular en África ha perdido la doctrina del pecado aunque es un movimiento dentro de los círculos evangélicos. No se hace ningún esfuerzo por explicar a la gente que todos somos criaturas caídas con deseos que son moralmente desviados. Has nacido malo. Yo nací malo. Todos nacimos malos.
Lo que todos necesitamos no es liberación de alguna maldición externa o de algún espíritu por medio de oraciones de los “hombres de Dios”, lo que necesitamos es la salvación y la santificación por medio de Cristo Jesús y del Espíritu Santo. Cristo vence este poder maligno de una manera sobrenatural a medida que nos sometemos a la palabra de Dios.

“Quebranta el poder del mal,
al preso libra hoy;
Su sangre limpia al ser más vil, ¡
Aleluya! limpio estoy.”  (Charles Wesley)

Como los apóstoles de Cristo entendían esto, ellos rehusaron concentrar sus esfuerzos en alimentar las viudas. Ellos sabían que ese poder maligno en los corazones humanos podía ser vencido únicamente por medio de la predicación de la verdad cristiana en el poder del Espíritu de Dios (Hechos 6.4)
La tendencia moderna, que ha tomado control de los púlpitos cristianos, donde el pecado apenas se menciona, es tan inútil como disparar a un león rugiente con frijoles. Definitivamente eso no servirá para luchar contra ese poder maligno dentro de nosotros. Debemos restaurar la predicación bíblica poderosa en nuestros púlpitos.

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