Salmo 130

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“Jah, si mirares a los pecados, ¿Quién oh Señor podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” – Salmos 130.3-4
El vocablo traducido como JAH, es una abreviación del nombre de Dios en hebreo, la forma completa es el tetragrama YHWH.
Pienso que nunca deberíamos entrar en discusiones sobre cuál es la pronunciación correcta del nombre de Dios, no encuentro una razón válida para ello. Sea que le digamos Jehová o Yahweh, lo importante es entender que Él se reveló a Moisés con este nombre, enfatizando su esencia y su existencia eterna. Dios existe por sí mismo: «Yo soy el que soy» (Éxodo 3.14) y esto también concuerda con la descripción de nuestro Señor Jesucristo: «… el que era, el que es y el que ha de venir» (Apocalipsis 4.8), porque el Padre y el Hijo comparten una misma esencia.
Ante ése Dios que es soberano y justo toda criatura racional tendrá que presentarse un día. Nadie puede excusarse, nadie puede evadir esta cita, todos enfrentaremos el juicio (Hebreos 9.27).
En el gran Día del Juicio, solo hay dos posibles resultados. Unos serán recibidos en el reino de Dios y otros serán expulsados de Su presencia y arrojados al tormento descrito por el Señor Jesús como “el lloro y el crujir de dientes”. Esta frase descriptiva del infierno aparece 7 veces en el Nuevo Testamento.
El versículo de nuestra meditación afirma con una pregunta retórica que no hay nadie que pueda mantenerse, si Dios mira sus pecados. No hay nadie que pueda salir libre del juicio, si Dios considera sus pecados, porque los pecados nos hacen merecedores de condenación. Dios es Santo y Justo, por lo tanto debe dar su merecido a los pecadores.
En el Juicio de Dios todas nuestras obras serán expuestas y todos nuestros pensamientos y palabras serán considerados. Esto es lo que dice la Escritura:

yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.” – Mateo 12. 36
no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz.” – Marcos 4.22
en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.” – Romanos 2.16

También estas son descripciones bíblicas de aquel gran Día Juicio:

“…el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.” – Daniel 7.10
Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.” – Apocalipsis 20.12

Hasta aquí el panorama se percibe muy negativo. Si en el día del Juicio Dios mira nuestros pecados y nos juzga por lo que hemos hecho, no tenemos esperanza, la condenación y la ira de Dios caerá sobre nosotros, porque así lo demanda Su justicia.
El Salmo no termina ahí, gloria sea dada a Dios porque hay un “Pero…”. Se nos presenta el Evangelio, nos recuerda que en el Señor hay perdón.
Todos aquellos que arrepentidos de sus pecados han clamado por salvación y han creído en Jesucristo y en la eficacia de su sacrificio en la Cruz, reciben el perdón. (Hechos 13.38)
Este grupo de bienaventurados no serán condenados en el Juicio, porque habrá Alguien que responderá por ellos en el Tribunal Sagrado para que Dios ya no mire sus pecados.
Cuando todos los secretos sean revelados, nuestros pecados atestiguarán contra nosotros para condenación, pero el Señor Jesucristo atestiguará en favor de los creyentes, porque Él pagó el precio sufriendo la pena de la Cruz.
Entonces, Dios no mirará los pecados, sino que mirará la sangre vertida de su Hijo y los creyentes serán confirmados como justos, Cristo los presentará vestidos con su justicia.
La última parte del versículo nos brinda el resultado y fruto del Evangelio en aquellos que llegan a comprenderlo.
… para que seas reverenciado”, otras versiones dicen “… para que seas temido”.
Recibir el Evangelio y tener una certeza del perdón de pecados no lleva al descuido espiritual. Aquellos que entiendan el perdón de Dios, dejarán sus vidas de pecado y se rendirán a Dios para reverenciarle el resto de su vida. El resultado del perdón es la reverencia y el temor a Dios.
Como pecadores debemos considerar seriamente lo que fue necesario para que Dios otorgara el perdón de pecados, porque esto es lo que produce reverencia y temor.
El pecado es tan ofensivo para Dios, que cuando Su Hijo cargó el pecado de los creyentes en la Cruz, lo abandonó. Aunque su Hijo era inocente, al cargar con el pecado, se hizo imposible que el Padre continuara en comunión con Él y derramó sobre Él la copa entera de Su justa ira.
Si Dios no eximió a Su Hijo del castigo cuando Él llevó el pecado, no eximirá a nadie que persista en pecado y no se arrepienta. Esto debe causarnos gran temor. El verdadero temor a Dios nos impulsa a reverenciarlo como Él lo merece, es un temor santo que nos lleva a la obediencia.
Los que piensan que son cristianos por haber “recibido a Cristo”, pero continúan en una vida de desobediencia a los mandamientos de Dios y siguen deleitándose en el pecado sin apartarse del mundo, no han entendido el Evangelio. Han caído en una trampa, han sido engañados.
El creyente verdadero, encuentra en este salmo 130 consuelo y ánimo. El creyente se ve a sí mismo y se entristece al reconocer que su crecimiento en santidad no es suficiente, pero luego recuerda que Dios ha justificado por la fe en Cristo a los que son suyos, es decir, recuerda el Evangelio.
La consciencia del creyente ha sido despertada por el Espíritu Santo y por estar razón ahora está más alerta en cuanto a la presencia de pecado en su vida, pero también, su aprecio por perdón recibido es cada vez más profundo.
¿Has recibido el perdón? ¿Meditas en aquel día en el cual tus pecados serán expuestos? ¿Mirará Dios tus pecados, o mirará la sangre de Su Hijo? Medita en esto. Amén.
Pr. Alexander León
(Estas breves meditaciones bíblicas se comparten los días lunes y miércoles en el grupo de Skype: Reflexión Bíblica, y corresponden al pasaje bíblico semanal del programa de memorización de la IBRL)

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